

5 may4 Min. de lectura


14 abr5 Min. de lectura


7 abr4 Min. de lectura


En un mundo donde abunda lo material, parece que empezamos a darnos cuenta que el valor, lo importante está donde no se puede ver. Como decía El Principito "Lo esencial es invisible a los ojos".

Soy parte de una generación en la que lo importante era avanzar rápido, tener más y hacer... sobre todo, hacer mucho. Crecí sin saber pausar, eternamente ocupada. Recuerdo tener cada día de la semana ocupado con extraescolares; incluso corría de mi clase de inglés a la de danza, porque tenía los minutos contados. Ni me quejo ni reniego: fue como fue, y de todo ello aprendí mucho. Cada cosa que hice y aprendí en mi vida me trajo a este momento, a este camino.
Sin embargo, a lo largo de los años, a medida que avanzaba en mi carrera contra la vida, iba creciendo una sensación dentro mío: ¿qué estoy buscando? ¿A dónde quiero llegar? Cada algunos años me enfrentaba a estas preguntas. Y a medida que iba cumpliendo metas, más me daba cuenta de que estaba corriendo detrás de una zanahoria que nunca iba a alcanzar.
Terminar la carrera universitaria, casarme, comprar una casa antes de los 30, llegar a ser gerente antes de los 40... fueron algunas de mis metas. Las cumplí, y me di cuenta de que ahí no estaba lo que buscaba.
A lo largo de los años, el yoga ha sido uno de mis compañeros de vida. Mi primer libro "consciente" me lo regaló mi primer novio a los 16 años: Pensamientos del corazón, de Louise Hay. Aún lo conservo, totalmente desarmado, después de haberlo leído una y mil veces. Sigue ayudándome a volver al centro. Fue a través del yoga y la meditación que comencé a ver la vida de otra manera.
Cuando renuncié a mi trabajo en finanzas, ya casi 10 años atrás, redescubrí una forma diferente de entender la vida. Para poder trabajar en yoga es fundamental que yo esté bien. Es fundamental que encuentre momentos para pausar, porque no puedo dar lo que no tengo. Suelo decir que lo único "malo" que tiene ser profesora de yoga es que tienes que estar bien. Un poco en serio, un poco en broma. Me refiero a que, para poder dar una clase, necesito encontrar cierto equilibrio en la vida. Y eso nos pasa a todas las personas que trabajamos con otras personas.
La vida no para; no dejan de pasarnos cosas. El punto es cómo tomamos esas cosas que nos pasan.
Y no hablo de pensamiento positivo —que se oye muy bonito—, pero la experiencia me ha mostrado que, aunque piense bonito, la vida a veces me da un revés.
Hoy te quiero hablar de estar presente, de Mindfulness, de "El arte de pausar".
No creo que sea algo matemático, que existan tres pasos o cinco que funcionen siempre. Creo que se parece más a un arte, porque el arte es algo vivo, algo que cambia, algo que se entrelaza con lo que pasa en cada momento.
Y aprender a pausar es eso: tiene diferentes formas y se muestra con diversas caras. Es algo que se cultiva día a día con pequeños actos de presencia.
No se trata de evitar lo que no nos gusta, se trata de observar con una mirada curiosa y abierta todo eso que la vida nos pone delante. A veces en forma agradable, y otras veces en formas desagradables o incluso dolorosas.
Sé que, seguramente, no te estoy "vendiendo" el mindfulness como algo que te apetezca, ¿no? Pasamos mucho tiempo esquivando lo que no nos gusta... ¿por qué razón querríamos pausar y observarlo? Parece una locura, pero no lo es.
Nuestra tendencia natural es evitar lo que no nos gusta. Buscamos una nueva tarea, una nueva pareja, un nuevo proyecto o pasatiempo, por la simple razón de no mirar eso que nos incomoda.
A través de cultivar esta mirada con presencia, nos damos cuenta de que hay cosas que no dependen de nuestro hacer. Hay cosas que están fuera de nuestro control. Y al querer controlar eso que está fuera de nuestro ámbito de acción, nos frustramos, nos enfadamos, sentimos que la vida es injusta con nosotras. Pero la realidad es que las cosas son como son.

Por mucho que lo intente, no puedo controlar el tiempo, si llueve o hace sol. Lo que sí puedo hacer es llevar un paraguas o ponerme protector solar. Puedo ser consciente de cómo está el clima, y prepararme de la mejor manera que pueda para afrontar lo que sea que tenga que venir.
¿Ves la diferencia? En lugar de quejarnos por la lluvia, nos preparamos para que no nos pille desprevenidas. Lloverá igual; la diferencia está en cómo tomamos el hecho de que llueva.
Te invito a regalarte un momento. Solo unos minutos para estar contigo.
Cierra los ojos.
Siente cómo entra y sale el aire por tu nariz.
Observa tu cuerpo, tal como está ahora. Sin cambiar nada. Solo sintiendo.
Percibe los sonidos que te rodean, los aromas, la temperatura del aire sobre tu piel.
Nota si hay alguna tensión, alguna emoción presente, y simplemente obsérvala.
No tienes que hacer nada con eso. Solo estar. Aquí. Presente. Viviéndolo.
Estar presente no es aislarse del mundo, es abrirse a él con todos los sentidos despiertos.
Es acompañarte en lo que sea que estés sintiendo, sin necesidad de huir o cambiarlo.
Es una forma de amor. De respeto por ti.
Cada vez que pausas, aunque sea un instante, algo dentro tuyo se acomoda.
Y desde ahí, todo empieza a sentirse diferente.
Si esto resonó contigo, quiero contarte que estoy gestando un espacio donde profundizaremos en todo esto: un curso para cultivar presencia y aprender a habitar nuestras emociones, no para evitarlas, sino para atravesarlas con conciencia y suavidad.
¿Te animas a dar el primer paso?







Comentarios